jueves, 28 de marzo de 2013


            
¿QUÉ HE HECHO YO PARA MERECER ESTO?


Avanza con sus libros ajados y las libretas recicladas, que su madre ha logrado encontrar, bien apretados contra su pecho. Camina apresurada por las callejuelas llenas de barro sin levantar la mirada del suelo. No quiere mancharse los calcetines porque no tienen ni agua ni jabón para lavar la ropa más de una vez a la semana. Mientras recorre su itinerario habitual, oye los comentarios soeces de algunos muchachos sin otra diversión que la de acosar a las niñas que se atreven a abandonar el precario refugio de la tienda familiar. Tropieza con una piedra y, a punto está de caerse pero, consigue recuperar el equilibrio y sigue andando a pesar de que se ha hecho daño en un pie. Sabe que se ha roto el calcetín pero aguanta las lágrimas. Nada la detendrá. Por fin, divisa la tienda - escuela y puede respirar tranquila, traspasa el umbral de tela sucia y se sienta sobre la vieja alfombra de arpillera que hace de suelo y pupitre. Está a salvo.

            Rodeada de niños y niñas de diferentes edades, se concentra en lo que su maestra dice y escribe en la enorme pizarra que cubre el fondo de la tienda. Un lujo conseguido con mucho esfuerzo por parte de los cooperantes. Algunos compañeros, inquietos, se dan pequeños empujoncitos pero ella no les presta atención. Tiene que afrontar sus exámenes de Bacaloriat en un par de meses y no puede perder el tiempo con distracciones inútiles. Debe aprovechar la oportunidad de superar la prueba que le permitirá acceder al instituto de la ciudad más cercana. Ello supondrá una hora de trayecto en un viejo autobús para ir y otra para volver, sin comida para llevar y sin ropa adecuada. Pero, para ella es la gran oportunidad para salir del pozo sin esperanza en el que se encuentra. La Universidad, pese a estar años luz de distancia, parece un sueño un poco más alcanzable.

        De pronto, un estruendo sacude el suelo bajo sus pies. La tienda se desmorona sobre ellos. Suerte que sólo es de tela. Los niños gritan asustados pero no huyen sino que se esconden bajo los pliegues. No tienen a dónde ir; son refugiados iraquíes en un campamento sirio. Mientras las bombas siguen cayendo a su alrededor, Dina sólo reza pidiendo que no muera nadie más de su familia. Ella no lo recuerda porque, apenas tenía tres años cuando sus padres huyeron de Iraq con sus otros dos hermanos, pero sabe que, ni sus tíos ni sus primos tuvieron la misma suerte. Diez años en un campamento, esperando un milagro y, ahora, la guerra civil en Siria. Y Dina no hace más que preguntarse, ¿qué he hecho yo para merecer esto?

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