domingo, 7 de abril de 2013


LA ESTAFA NACIONAL (I).



Habiendo trabajado durante una década bajo la dirección de un empresario con formación de economista acabé por convencerme de que para desempeñar su función sólo hacía falta tener una gran imaginación. Verle elaborar presupuestos era como presenciar la plasmación, en una moderna hoja excel, del tradicional cuento de la lechera, ya saben, ese que nos advierte sobre las grandes expectativas creadas a base de sueños aún no realizados. Sobre el precio de la materia prima adquirida al productor primario, le aplicaba el coste de transporte, de la mano de obra, de los intereses bancarios para el pago aplazado (una trampa mortal para las empresas auspiciada por la legislación estatal) y, claro está, el margen de beneficio y, todo ello, a expensas de la aprobación por el potencial cliente.

            Vistos sobre el papel, aquellos presupuestos, eran realmente alentadores, sin embargo, una vez confrontados con la realidad y sus imponderables, como una reducción a la baja del presupuesto impuesta por el comprador, siempre acababan hechos añicos como el cántaro de la lechera y, como consecuencia de ello, descontados los gastos, el margen de beneficio acababa extrayéndose del flanco más débil y fácil de controlar: los salarios. Porque la intermediación es una forma de enriquecimiento basada en el correcto funcionamiento de todos los eslabones de la producción y comercialización sin que se produzca ningún factor que lo altere, como los fenómenos atmosféricos, los accidentes, las huelgas, las vacaciones o la interrupción en la provisión de los suministros. Cualquier contratiempo derriba el negocio como un castillo de naipes.

            Al igual que los especuladores y rentistas que, durante varias décadas se dedicaron a comprar suelo y propiedades para revenderlos con un incremento en su precio que no se correspondía a una revalorización real sino a la burbuja inmobiliaria alimentada de grandes sueños sobre ganancias sustentadas en créditos imposibles de afrontar, los empresarios tasaron sus productos por encima de su valor real.

            Con propiedades y bienes por pagar a un precio muy superior a su valor real y créditos imposibles de devolver por la pérdida del puesto de trabajo o los impagos de los clientes, muchísimos españoles se han visto atrapados en la viscosa telaraña de la estafa nacional a la que hasta hace poco llamaban crisis y ahora reconocen como recesión.

            Estafadores de primer orden han sido los “grandes” empresarios, sobre todo, los relacionados con la construcción, con la connivencia de las entidades financieras y el “placet” de los políticos, así como los supervisores del Banco de España y otras entidades que hicieron dejación de sus tareas; responsables hemos sido los ciudadanos cegados por la ilusión de una crecimiento incompatible con la realidad y víctimas  somos todos los que, desde hace cuatro años, intentamos sobrevivir a la espera de que vengan tiempos mejores.

Mientras los medios y la opinión no dejan de hablar del “drama” de los jóvenes sin empleo, nadie menciona la tragedia de los españoles de treinta y cinco años en adelante, tan bien formados como los nuevos universitarios pero, además, con la experiencia de años de trabajo, familias a su cargo y responsabilidades económicas que han perdido la esperanza de subirse al carro de la actividad laboral. El autoempleo en una sociedad en la que el consumo se ha paralizado no es una opción frente al empleo por cuenta ajena.

            Ni las modificaciones a la legislación laboral (es mentira que las indemnizaciones por despido sean un freno para la contratación), ni las políticas de austeridad reactivarán la economía ni fomentarán el empleo. En tanto en cuanto, a los que quieren poner en marcha una empresa no se les faciliten créditos a bajo interés, tengan que pagar unas cuotas a la Seguridad Social tan elevadas y el IVA siga en los niveles actuales la locomotora de la economía seguirá paralizada. Mientras asistimos al desmantelamiento de casi todas las grandes empresas, algunas están aprovechando la coyuntura para eliminar personal y reducir costes de despido, el sistema sigue sin modificarse.

            Y mientras se suceden los escándalos sobre corrupción y evasión de impuestos, aquí seguimos esperando que, los “responsables”, por una vez, sigan el ejemplo de nuestros vecinos europeos y dimitan cuando existan acusaciones formales sobre sus desmanes.            

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