sábado, 15 de junio de 2013

TURQUÍA MUY DESPIERTA E INDIGNADA CONTRA ERDOGAN.



Me han preguntado en varias ocasiones si la acampada en la emblemática Plaza Taksim de Estambul y las consecuentes manifestaciones en otras ciudades de Turquía, son el resultado de la influencia del despertar árabe o una imitación del movimiento del 15 – M. Las dudas surgen por la identidad dual con la que lleva jugando la República de Turquía desde su conformación en 1923, al definirse como una democracia “europea” en un entorno oriental. Sin embargo, este país, definitivamente, oriental tiene una personalidad tan diferenciada y marcada que no puede ni debe identificarse con ninguno de estos dos procesos con los que únicamente le une la proximidad geográfica. No puede asimilarse la situación que, actualmente, se vive en la Península de Anatolia y su pequeño aledaño al otro lado del Bósforo, con las revueltas en los países árabes en las que se reivindica la democratización de sus países, ni con el movimiento de indignación que reclama una mayor participación ciudadana, menos medidas impuestas por las grandes corporaciones al tiempo que denuncia el comportamiento corrupto de muchos dirigentes, empresarios y banqueros.


            A lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI, siempre se ha aludido a Turquía como la única democracia real, junto con Israel, que existe en Oriente Próximo. La dura imposición de un sistema laico, el cambio del sistema caligráfico por el europeo, las leyes para defender los derechos de las mujeres y los esfuerzos por modernizar el país acercándolo a Europa que desarrolló Kemal Ataturk acabaron por darle una “pátina” distinta al resto de los territorios desgajados del Imperio Otomano.

           Sin embargo, esa “pátina” no pudo cubrir las graves deficiencias en la protección y respeto de los derechos humanos, el reconocimiento de las minorías diferenciadas, la aceptación de la responsabilidad por el genocidio armenio y el kurdo y el autoritario y poco democrático comportamiento de sus fuerzas de seguridad. Por no mencionar los sucesivos golpes de estado por parte de los militares. Turquía es una amalgama étnica y cultural “sui generis”.

Tras tres victorias electorales, la última de ellas en 2011 con una mayoría aplastante de casi el 50%, Recep Tayyip Erdogan, actual Primer Ministro, nunca se ha sentido tan fuerte. Su política económica, inspirada en su experiencia empresarial, ha tenido buenos resultados gracias a una serie de coyunturas favorables en un momento de crisis internacional. El bienestar económico le ha permitido captar el voto de muchos turcos que no comparten en absoluto ni su vocación islamista ni su deriva autoritaria.

Las protestas contra las excavadoras que iban a arrasar el parque Gezi se iniciaron por la voluntad de proteger el único espacio verde de esa parte de Estambul pero han derivado en una protesta contra el autoritarismo de Erdogan quien no dudó en seguir con su agenda y viajar a Marruecos mientras la Policía cargaba duramente contra los acampados y manifestantes.

Sus primeras declaraciones de firmeza, negándose siquiera a hablar con los que protestaban, a los que calificó de terroristas, no hicieron sino airar más a los ciudadanos. Taksim se encuentra en la zona más moderna y europea de Estambul, donde se concentran los negocios de ocio que más cuestionan el islamismo que quiere imponer Erdogan. Es también la zona donde los kurdos mantienen su mayor activismo pacífico en Turquía y donde ser reúnen las voces discordantes. En definitiva un lugar de “perversión” e “inmoralidad” que el Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdogan intentó arrasar con la construcción de una mezquita y que fue descartada por la contestación social y, que, ahora, se intentó sustituir con un gran centro comercial. Todo con tal de evitar que las parejas jóvenes se “encontrasen” allí.

Dado que la durísima actuación policial, que ha ocasionado ya varios muertos y un número no determinado de heridos graves, no logró disuadir a los manifestantes y acampados y, como consecuencia de las críticas internacionales, Erdogan ha virado hacia un modelo un “poco menos autoritario” pero este giro no engaña a nadie, es una fórmula para ganar tiempo y cansar a los “rebeldes”.

Irritado acusó a los intereses empresariales y financieros extranjeros de estar detrás de las manifestaciones, después a Europa y a los medios de comunicación. Lo cierto es que bajo su mando Turquía es cada vez más próspera pero menos democrática y libre. El cerrojazo informativo por el cual apenas transmite información dentro del país sobre lo que ocurre y las manifestaciones de apoyo de sus seguidores orquestadas incluso con la apertura nocturna y gratuita del metro para su transporte no ocultan el creciente descontento de la población. El 50% de los votos depositados en las urnas en 2011 le dieron el gobierno pero no una carta blanca para comportarse como un tirano, mucho menos, teniendo en cuenta que ese 50% no representa la realidad de una población que no es ni tan musulmana ni tan fiel como él cree.

Mientras aguardamos al dictamen judicial sobre la “legalidad” del centro comercial y la posible celebración de una consulta sobre el futuro de la plaza, los “rebeldes”, “terroristas” y “reaccionarios”, es decir, los “perros flauta” turcos, seguirán manifestándose contra el autoritarismo de Erdogan, y es que no podemos olvidar que hace menos de un siglo un personaje casi desconocido logró una mayoría aplastante en las urnas antes de convertirse en el mayor genocida de la historia contemporánea de Europa: Hitler.


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