martes, 27 de agosto de 2013

¿SIGUE TENIENDO SENTIDO UN IRAQ UNIFICADO?


Su configuración territorial se decidió a miles de kilómetros de distancia y por personas que ni eran de allí ni habían pisado su tierra jamás. Personas extrañas que trazaron un mapa con líneas rectas en la franja occidental, donde la inmensidad del desierto permitía avanzar o retroceder sin tener que hacer concesiones a recursos hídricos, pasos montañosos o lugares habitados y que, también aprovecharon la cordillera de los Zagros para fijar la frontera oriental. El resultado fue la compactación, entre ambas fronteras, de tres regiones geográficas diferentes, con poblaciones muy distintas para constituir un freno territorial a cualquier renovada aspiración de lo que quedaba del Imperio Otomano y del Persa, es decir, Iraq. 

El primer esbozo lo llevaron a cabo el británico Sir Mark Sykes y el francés George Picot el 16 de mayo de 1916, el segundo trazado se perfiló con el Tratado de Sèvres del 10 de agosto de 1920 y se ultimó con el Tratado de Lausana de 24 de julio de 1923, todos ellos acuerdos desarrollados por británicos y franceses al margen de la población de ese territorio.

El actual Iraq es, pues, el resultado de la unión forzada de tres regiones en las que, el Imperio Otomano, había dividido sabiamente una región levantisca y a la que había castigado, por su resistencia, con el olvido y el subdesarrollo. El envío de cualquier gobernador a las provincias de Mosul en el norte, Baghdad en el centro y Basora en el sur, era una especie de destierro para los funcionarios con grandes aspiraciones, salvo para Mehmed Namik Pasha (1804 – 1892) quien, en tres años de ejercicio como virrey de Baghdad (1861 – 1863), reguló la recaudación de impuestos, persiguió la corrupción y las irregularidades, mejoró el tráfico fluvial por el Tigris y el Eufrates, extendió los cultivos por regadío, construyó puentes, edificios oficiales, escuelas y organizó una academia militar además de instalar la primera imprenta en la ciudad. Fue el primer gobernador que, tras la desaparición del Imperio Abásida a manos de los Mogoles, lograría mostrar el potencial de la gran capital en la que, musulmanes, tanto sunnitas como chiítas, cristianos, tanto armenios como católicos y asirios, judíos, turcomanos y otros habían logrado convivir, eso sí, cada uno con su estatuto personal particular.

Con el regreso a Estambul de Mehmed Namik Pasha, Baghdad volvió a sumirse en las sombras de una capital de provincias donde la potente comunidad judía desarrollaba el comercio, la artesanía y la cultura tradicional. Y, después, a partir de la década de los veinte del siglo pasado, llegaron los británicos, colocando, de nuevo, a la ciudad de las “mil y una noches” en el mapa mundial. Los británicos consiguieron reordenar la ciudad, establecer normas urbanísticas que, poco a poco, le permitieron adquirir un aspecto elegante, extendieron la educación a todos los sectores, establecieron el ferrocarril para comunicar las principales ciudades del país, reorganizaron y formaron al ejército, etc. En definitiva, los occidentales trajeron con ellos el progreso y el mundo exterior. A cambio, instauraron una monarquía títere afín a sus intereses y se hicieron con la explotación de lo que se sospechaba ingentes recursos petrolíferos. Para evitar que la población autóctona cuestionara su control, instigaron a los jefes tribales y a las diferentes facciones de la incipiente política a enfrentarse entre sí.

            Pero, los levantiscos iraquíes, pese a sus divisiones, volvieron a hacer de las suyas y se rebelaron, una y otra vez, contra los “bondadosos” colonos que tanto bien les habían traído, hasta que, bajo el liderazgo del Coronel Abdul Karim Qasem, lograron derrocar, de manera definitiva, a la monarquía hachemita y expulsar a los británicos de Iraq el 14 de julio de 1958. Se iniciaría así la etapa republicana del país. De 1958 a 1968 se sucedieron los golpes de estado en donde los líderes del Partido Baaz y el ejército se enfrentarían por el poder. El Coronel Ahmad Hassan al Baker dirigió un nuevo golpe de estado el 17 de julio de 1968 - que consolidaría el 31 de ese mismo mes depurando a los mandos militares -. A su sombra, su primo, un joven y desconocido Saddam Hussein, ambicioso y sin escrúpulos, se encargaría de ir “eliminando” a todos aquellos que podían cuestionar el mando de al Baker. Una vez consolidado su gobierno, se dedicó a purgar a todos los que pudieran impedirle acceder, a él, al poder. En 1979, en un golpe de estado incruento, lograría proclamarse Presidente de Iraq y, a partir de entonces, ejercer una dictadura violenta y militar hasta la invasión internacional de 2003.

            A lo largo del siglo XX, árabes, kurdos, turcomanos, asirios, etc., cristianos, judíos y musulmanes, sunnitas y chiítas convivieron en relativa paz forzados por gobiernos no democráticos interesados en controlar los yacimientos petrolíferos de Basora en el sur y de Kirkuk en el norte, además de frenar las aspiraciones expansionistas de turcos e iraníes. Pero, la progresiva imposición de la minoría árabe sunnita sobre la mayoría chiíta, los kurdos, y otras etnias y, sobre todo, el régimen del terror del Partido Baaz y su servicio de información, la Mojabarat, crearía un gran resquemor en la población que afloró en cuanto dejó de haber unas fuerzas de seguridad y un sistema estatal que pudieran frenarlos, es decir, después de marzo de 2003.

            Hoy en día, hasta la propia Baghdad es un reino de Taifas. Cercenada por controles militares y muros de protección, recuperó una cierta normalidad hasta el recrudecimiento de los atentados terroristas de los últimos meses. El resto del país, depauperado pero con ganas de salir adelante, invierte en reconstruir a pesar de que ni las fuerzas de seguridad ni el gobierno son capaces de garantizar ni la seguridad, ni la libertad de movimiento ni los servicios básicos de los ciudadanos. Por el contrario, la Región Autónoma del Kurdistán iraquí, florece gracias a la seguridad que garantiza su ejército regional, los Peshmergas, el apoyo internacional y el hallazgo de más yacimientos petrolíferos. Cada día que pasa la separación física y real del Kurdistán del resto de Iraq se hace mayor, así como el distanciamiento que los grupos más radicales quieren forzar entre sunnitas y chiítias, evidenciando la posibilidad de una nueva realidad geoestratégica y territorial no sólo para el país sino para toda la región.

            La división social y territorial es un hecho, la fragmentación sectaria también, por lo tanto, es legítimo plantear otras opciones que acaben con la terrible sangría que se está produciendo, como la división racional de las regiones y la creación de nuevas realidades estatales más acordes con las características y deseos de las poblaciones y no en función de los intereses externos.




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