LA POLÍTICA O EL TEATRO DE LO ABSURDO.
Resulta inevitable
hacer referencia a lo acontecido esta semana aunque, el tedio por lo
descorazonadores que son los acontecimientos, imponga cierta reluctancia a la
conversación. Así que, cuando mi amiga comentó que lo sucedido no era más que una
representación teatral, tardé unos segundos en reaccionar porque mi cerebro
voló a más de dos mil años atrás, a una época en la que los atenienses (varones,
libres y mayores de 20 años, claro,) se presentaban en un foro abierto y expresaban
su opinión con la máxima elocuencia y, supongo, con gran gestualidad para
convencer a sus oyentes. Volé a la
Roma republicana y, me imaginé sentada en uno de los fríos
bancos de mármol de Carrara, escuchando con atención la arenga del senador en
uso de la palabra, máximo representante de la civilización y la
cultura de su tiempo, observando, quizás con escepticismo, quizás con
fascinación, la expresión de su rostro, el movimiento de sus manos, sus pasos hacia
uno y otro lado en un intento por acercarse a los indecisos y convencerles con
la mirada. Mi mente obvió los tiempos oscuros de la
Edad Media para ocupar un escaño en el
parlamento británico digamos, a mediados del siglo XIX, y asistir, muy
probablemente con tedio, el vacuo relatorio de un “lord” que buscaba aglutinar
apoyos para acceder a un puesto en el gobierno.