SIN ACNUR, LOS SIRIOS
A LA DERIVA.
Fue una de
tantas historias contadas con voz queda y gesto comedido, intentando ocultar la
emoción del recuerdo para no empañar el relato. El pequeño de tres años caminaba
sin rumbo en la oscuridad, hipando y tiritando de frío. Estaba sólo, indefenso
y era imposible no acercarse a él, cogerlo en brazos e intentar consolarlo.
Había perdido a su familia en medio de los cientos de de miles de personas que
avanzaban por las montañas nevadas en busca de un refugio al otro lado de la
frontera. Aterrado y en estado de shock no recordaba ni su nombre. Tuvo suerte,
un joven lo vio, lo recogió y lo cuidó hasta que, meses después, logró
encontrar a su familia. Decenas de miles de niños, ancianos y enfermos
incapaces de avanzar se dejaron caer en las cunetas, desamparados en la noche,
a la intemperie, sin mantas y sin comida.