BRASIL Y TURQUÍA EN LAS CALLES.
Buscar puntos
comunes entre las manifestaciones que tienen lugar en Brasil y en Turquía no
parece un análisis muy habitual. Comparar los antecedentes y las circunstancias
conlleva un acercamiento que muchos analistas rechazan, obviamente, de manera
interesada, porque resta importancia a las “especificidades” de cada uno. Puede que los
diferentes entornos hagan pensar que los movimientos son muy diferentes pero,
la realidad es que, a pesar de producirse en continentes muy distintos y distantes
entre sí, en poblaciones con una cultura y una historia sin nada en común, y
con una diferencia temporal, son más las coincidencias que las divergencias,
sobre todo, porque es el descontento de la sociedad civil con el funcionamiento
de las instituciones políticas y, fundamentalmente, el hastío con la corrupción
y la sensación de ser “dirigidos” contra su voluntad y, en función de intereses
espurios lo que ha hecho salir a brasileños y turcos a las calles.
Las
manifestaciones sociales no suelen ser fenómenos espontáneos surgidos de la
nada. Para estos masivos movimientos de población siempre hay un catalizador.
En el caso turco fue la inminente destrucción del Parque Gezi, al lado de la
emblemática Plaza Taksim de Estambul, en el caso brasileño, la subida del
precio de los transportes públicos. En el primero, fue la imposición
dictatorial de una decisión política la que airó a la población porque, detrás
de ella se encontraba, la voluntad del gobierno islamista de erradicar un foco
de libertad, mientras que en el segundo, fue la percepción de que, frente al
despilfarro en obras faraónicas para la construcción de centros deportivos se
agravaba la penuria económica de la parte de la población más desfavorecida.