Se acercó a mí con
pasos temblorosos sujetando la bandeja como si le fuera la vida en ello. Con la
cabeza gacha y sin apartar la vista del vaso con el preciado zumo de naranja se
esforzaba por avanzar sin tropezar mientras, su compañera, veterana en estas
lides, no hacía sino darle indicaciones verbales de cómo cumplir con su tarea.
La joven, aturdida por las incesantes instrucciones, consciente de la mirada
inquisitiva de su jefa y atemorizada por el número de invitados que ocupaban la
terraza trastabilló, un par de metros delante de mí. Por fortuna, el brillante
líquido naranja no me alcanzó aunque dejó un pequeño charco sobre el suelo de
baldosa.