domingo, 13 de abril de 2014

NIÑAS VENDIDAS EN MATRIMONIO.


La noticia ha saltado a las primeras páginas por inusual pero, lo importante es el trasfondo de machismo, injusticia social y desesperación que subyace en la misma. Una joven nigeriana de 14 años, Wasilu Umar, una adolescente con toda la vida por delante y, posiblemente, con grandes sueños y esperanzas en el futuro fue obligada a casarse con un hombre de 35 años en contra de su voluntad. Sin duda, para el padre de Wasilu fue un gran negocio, se libraba de mantener una boca inútil, porque así se consideran a las mujeres, los hombres más ignorantes de los países tercermundistas, obteniendo, además, una compensación económica por concertar el matrimonio.
Aunque se disfraza como contrato matrimonial, sobre todo, en las sociedades musulmanas más conservadoras, por no decir, retrógradas, la entrega de una niña a cambio de una dote, es simple y llanamente, la venta de un ser humano por un precio. Una venta a la que la mercancía, es decir, la niña o la mujer, no puede negarse porque no tiene ni voz ni voto. Una venta que permite al comprador hacer y tratar a la mercancía como le dé la gana. Una venta que puede romperse en cuanto el comprador se canse del juguete nuevo o encuentre otro más apetecible. Una venta que, en caso de que la mercancía sea expulsada de casa por medio de un divorcio, - un procedimiento facilísimo para el hombre pero muy complicado para la mujer -, supone casi siempre una sentencia de muerte o de prostitución, para la "desechada" que casi nunca es aceptada de nuevo por su familia.
La venta de niñas y mujeres por parte de sus padres o maher, es decir, parientes varones responsables de ellas según la Shariah, no es sino la pervivencia de la esclavitud más cruel. Estas mujeres son obligadas a abandonar sus hogares para compartir lecho y vida con extraños, generalmente, de bastante más edad. Mujeres que son explotadas sexualmente, obligadas a tener todos los hijos que sean posibles y trabajar como sirvientas a cambio de un trato denigrante, vejatorio y humillante toda su mísera vida. Mujeres o adolescentes cuyo único valor es su juventud y que, cuando ésta las abandona pasan de sufrir el dolor de la violencia al horror del posible abandono.
            Lo que hace peculiar a Wasilu fue la forma de enfrentarse a semejante condena. Se fue al mercado compró matarratas, invitó a comer a tres amigos de su marido y les sirvió la comida envenenada a los cuatro. El resultado fue la muerte de los hombres. Obviamente, no se puede defender el asesinato de ningún ser humano pero, es inevitable pensar que para Wasilu fue la única vía para librarse de su pesadilla. Probablemente, consideró que ir a la cárcel era una condena más liviana que la de convivir con un hombre al que no amaba.
            Y siendo el caso de Wasilu dramático, peor fue el de la pequeña Rawan conocido en septiembre del año pasado. Con ocho años esta pequeña yemení murió de resultas de las lesiones que le produjo su marido de 40 años en la noche de bodas… ¿Noche de bodas? ¡Simple pederastia! Uno de los comportamientos criminales más abominables que existen.
            A este horror hay que añadir una de las consecuencias más terribles de la guerra civil en Siria, por la que muchas jóvenes y niñas, generalmente, refugiadas en campamentos junto a sus familias, son “vendidas” por sus progenitores a traficantes de mujeres que se las llevan a ricos hombres de Arabia Saudita bajo la pantalla de un matrimonio. Muchas de estas mujeres tienen que soportar ser “usadas” sexualmente por sus maridos quienes una vez aburridos de ellas se divorcian y las dejan abandonadas a su suerte en territorio de nadie. Sin poder regresar a sus hogares porque están “mancilladas”, sin opción a rehacer su vida, son condenadas a ejercer la prostitución o a suicidarse para librarse de semejante destino.
            Caso parecido es el de los “matrimonios” por un día que el gobierno de los ayatollahs iraníes consiente para dar cobertura “legal y religiosa” a una suerte de prostitución que, de manera hipócrita, es denostada socialmente. La prostitución encubierta de este modo, permite eludir el juicio por adulterio que, por cierto, sólo afecta a la mujer.
            Decenas de miles de mujeres, sobre todo en Afganistán, condenadas a la misma vida de infortunio, y quizás sin el valor suficiente para optar a la misma vía que Wasilu, eligen envenenarse o autoinmolarse. Su agonía es horrible y lenta pero, incluso conscientes de ello, prefieren sufrirla a tener que vivir con un hombre al que no han elegido. Las autoridades afganas alegan que se trata de mujeres con serios problemas mentales. ¿Problemas mentales? Depresiones profundas. ¿Y quién no padecería depresión golpeada todos los días, violada cuando se le antoja al marido, obligada a trabajar en condiciones lamentables, encerrada en casa sin posibilidad de relacionarse con otro ser humano?
            La consideración, más islamistamente reaccionaria, de la mujer en la actualidad, como por ejemplo, por los talibanes afganos, los saudíes o los emiratíes en poco se diferencia de la apreciación que los hombres europeos tenían de las féminas a principios del siglo XX. Una apreciación que negaba, por ejemplo, el derecho al voto de la mujer escudándose en su influenciabilidad e histerismo natural. Por lo tanto, el patriarcado que condenamos en el mundo islámico ni está tan lejano en el tiempo de nuestras sociedades ni es algo de lo que nos hayamos desprendido de manera definitiva. Por el contrario, el asesinato de mujeres a manos de sus cónyuges en España en poco se diferencia de los crímenes de honor de Turquía o Yemen, y el maltrato, desgraciadamente todavía muy vigente y extendido en Europa tampoco se aparta de la concepción de la mujer como una posesión en África o Arabia.
            La lucha de la mujer por sus derechos es un camino sin retorno que debemos recorrer todas y todos, tanto en los países más avanzados como en los más atrasados. Un camino en el que las vivimos con más derechos e igualdad debemos acompañar y ayudar a las que no disfrutan de ellos. Un camino que debe ser iluminado con la educación y apoyada en una ley no religiosa aferrada a principios patriarcales, fundada en la humanidad y el sentido común que sea defendida tanto por el estado como por la sociedad. Un camino sembrado de minas y cadáveres, de dolor, rabia e impotencia, de injusticia y desesperación que no atrae pero que debe recorrerse para dejar atrás el infierno. La respuesta está en afrontar y cambiar la mentalidad pero, para ello, es preciso que la sociedad lo asuma, hombres y mujeres mediante la concienciación. Una sociedad que respeta y garantiza los derechos de los mujeres es una sociedad más justa, más próspera y más feliz. 


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