jueves, 15 de mayo de 2014

ORIENTE PRÓXIMO SIN ARABIA SAUDITA. Primera Parte.

Creado por Norman Einstein para Wikipedia
Es común la opinión de que el desastre en el que se ha convertido Oriente Próximo y el Magreb es el resultado del intervencionismo extranjero, entendiéndose como tal, única y exclusivamente, al occidental. Siendo, en gran medida, cierta esta afirmación, es preciso, en aras a la verdad, ponderar una visión tan unívoca y simplista de la realidad. En primer lugar, porque la influencia ejercida se extendió durante un cierto período de tiempo y ahora ya no tiene la intensidad que justificaría esta aseveración y, en segundo lugar, porque en el tablero de esta región, hay nuevos y muy importantes jugadores.
Esta parte del mundo siempre ha estado sometida a los grandes imperios que han ido conquistado el territorio de manera sucesiva a lo largo de los siglos. Tanto el Magreb como Oriente Próximo, - y para el caso, el resto del mundo - son el resultado de los diversos fenómenos históricos que han tenido lugar, entre los cuales, hay que destacar la ocupación, colonización y dominio de las diversas civilizaciones que han ido surgiendo y desapareciendo en el tiempo.
Cuna de la civilización, en sus entrañas se hunden las raíces del trascendental paso evolutivo de la prehistoria a la historia. Los yacimientos arqueológicos de Jarmo en Iraq o Göbekli Tepe en Turquía, por ejemplo, son objeto de una investigación intensiva para determinar cómo el homo sapiens dejó de ser cazador y recolector para iniciar el proceso de sedentarización cultivando alimentos y criando ganado. De sobra conocidos son los enclaves de Ur, Babilonia o Gizah cuyos restos arquitectónicos nos trasladan al origen de los grandes imperios de hace miles de años y el inicio de la escritura, hito trascendental para la aparición de culturas y civilizaciones. Menos famosa pero no menos relevante es Erbil, la antigua Arbala, hoy Hawler, la capital kurda en el norte del actual Iraq, cuya ciudadela ha sido habitada de manera continuada durante más de 6.000 años, etc.
            El paso de los griegos, la llegada del Islam, la aparición del imperio Omeya, el Abásida, la devastación de las dos grandes oleadas mongolas, la rivalidad secular entre persas y otomanos, etc. todos dejaron una huella muy clara en las poblaciones que habitaban estos territorios. Poblaciones muy heterogéneas, donde etnias diversas se mezclaban con confesiones variadas pero, claramente definidas en dos grupos: la urbana, minoritaria, y la rural, mayoritaria.
Sería la rural, nómada y en simbiosis constante con el desierto, la integrada por los conocidos beduinos, la que marcaría la personalidad y la cultura de gran parte de la Península Arábiga, fundamentalmente, la central. Dedicados al pastoreo nómada y al comercio pero, sobre todo, al saqueo, los beduinos siempre se han regido por su propia ley, - a partir del siglo VII, claramente influenciada por el Islam -, manteniéndose al margen de los sucesos que tenían lugar en las grandes urbes de su entorno, como Baghdad, Damasco, Jerusalén o el Cairo. El inicio del Imperio Otomano en 1299 apenas si supuso ningún cambio en su forma de vida. Pobres habitantes de los lugares más inhóspitos del planeta no constituían un objetivo interesante para los otomanos, - excepción hecha de la protección de las caravanas que cruzaban por su territorio - más centrados en áreas más ricas y con mejor clima.
Cuando en 1744, un estudiante religioso que ni siquiera terminaría el currículo, Mohamed ibn Abdul Wahab buscó refugio en la localidad de Dariya, - en el centro de la Península Arábiga - tras ser expulsado de la Meca por propagar una doctrina herética del Islam, y fue acogido por el emir de dicha zona, Mohamed ben Saud, daría comienzo una era que marcaría de manera singular el devenir de Oriente Próximo pero que, sin embargo, nunca ha recibido la atención que se merece. La alianza de los belicosos y ambiciosos ben Saud con el clérigo ibn Abdul Wahab supondría la unión de la fuerza con la religión en pos del dominio absoluto de la Península Arábiga. Un dominio caracterizado por la purga religiosa y la aplicación de una interpretación rigorista y, en muchos casos, tergiversada de los preceptos coránicos mediante el uso de la fuerza y que permitiría la instauración del Emirato de Dariya hasta 1818.
La violenta conquista de La Meca y Medina, donde no sólo destruyeron ídolos y tumbas de santos, sino, incluso la de Mahoma hizo que el sultán otomano enviara a su mejor hombre, Mohamed Alí, el conquistador de Egipto, a destruir la casa de los Saud. Ibrahim Pachá, el hijo de Mohamed Alí, se aplicó a fondo en la tarea, reconquistando una tras otras todas las localidades hasta que alcanzó Dariya, la capital del reino saudita. Tras un asedio de meses, ésta se rindió en septiembre de 1818. Ibrahim la arrasó, apresó a todos los miembros de la casa Saud que pudo y ajustició al líder de la familia, Abdullah ibn Saud, cuya cabeza cortada fue lanzada al Bósforo.
Tras este terrible revés, los supervivientes de la casa Saud y los Abdulwahab lograron recuperar cierto terreno poniendo en marcha un segundo reino desde 1824 a 1891. Tras un período caótico, Abdul Aziz ibn Saud iniciaría una nueva fase de conquista en 1902 que culminaría con el reconocimiento del estado saudí en 1932. Una tras otras las tribus vecinas fueron sucumbiendo por la fuerza o aceptando formar una alianza con ibn Saud, excepción hecha de la familia Hachemita instalada en la zona occidental de la Península Arábiga, bajo cuyo control se encontraban Meca y Medina y cuyos ancestros pueden trazarse hasta el 511 a.C., es decir, al tatarabuelo del profeta Mahoma.
Desde el siglo X, la familia hachemita ostentaba el cargo religioso de Sharif de la Meca y el político de Emir. Este puesto solía ser determinado por el sultán de Estambul, de tal manera que, en 1908 fue nombrado Hussein ben Alí. Su animadversión al movimiento de los Jóvenes Turcos que se habían hecho con el poder y la presión del gobierno británico le incentivaron para rebelarse contra los otomanos en 1916, iniciando lo que se denominaría la Gran Revuelta Árabe. Mientras Hussein iba asumiendo una mayor relevancia en la esfera internacional como adalid de la causa árabe, ibn Saud seguía en su proceso de conquista de la Península Arábiga. El éxito de ibn Saud supondría el desalojo de los hachemitas de Meca y Medina y, como ya hemos dicho, el reconocimiento del Reino de Arabia Saudita en 1932.
El descubrimiento de inmensos yacimientos petrolíferos en la región de al Hasa en 1938 haría que un proceso, inicialmente, sin gran trascendencia internacional, salvo por dejar a la familia Hachemita, aliada de Gran Bretaña, sin reino, tuviera unas consecuencias cruciales en el devenir de Oriente Próximo. Unas consecuencias de tal calibre que permiten suponer que de no haber triunfado ibn Saud sobre los hachemitas quizás hoy no estaríamos hablando de terrorismo islámico pero, de eso hablaré en la segunda parte de este artículo.

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