lunes, 5 de mayo de 2014

TRAS LAS ELECCIONES, ARGELIA SIGUE IGUAL, ¿O NO?

           Ningún país del Magreb ha sufrido tanto en los últimos sesenta años como Argelia. Cierto que Libia ha tenido que hacer frente a una guerra civil para liberarse de Gadafi y el caos posterior, que Egipto y Túnez han sufrido largas y crueles dictaduras tras las cuales están lejos de vivir un período de estabilidad, y que Marruecos sigue prisionero de un monarca que ha abierto un poco la mano presionado por las circunstancias y sus aliados europeos, sobre todo, Francia pero sigue anclado en el culto al soberano y la sumisión a un extendido sistema de corrupción.
Sin embargo, Argelia es el país que ha pagado el precio más alto en sangre a lo largo del siglo XX. La guerra de independencia de Francia duró ocho largos años, de 1954 a 1962, y provocó, al menos, 300.000 víctimas civiles y 140.000 militares. El temor de que la victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS), en la primera ronda de las elecciones nacionales con más del 48% de los votos, se consolidara en la segunda, propició un golpe de estado militar, a raíz del cual, el país se sumió en una guerra contra los islamistas, que se prolongó de 1992 a 2002, con un saldo de más de 150.000 muertos y más de un millón de desplazados. El conflicto con los bereberes de la Cabilia aún no resuelto, por negarse el gobierno argelino a reconocer sus derechos, sigue siendo una fuente de inestabilidad junto con los remanentes de los islamistas radicales que no se han resignado a desaparecer de la escena política pese a la derrota sufrida.
Desde 1992 a 1999 se han sucedido cuatro presidentes hasta la llegada de Abdelaziz Buteflika. Reelegido en 2004 y 2009 se presentó a un cuarto mandato con la protesta popular por su avanzada edad, su precario estado de salud y la sospecha, más que fundada, de que era la fórmula de los militares y la élite para ganar tiempo y buscar un sustituto aceptable. En esta ocasión no ha habido sorpresas tampoco. De los 23 millones de argelinos con derecho al voto, se abstuvieron un 48,3%. Pese a haber obtenido el 81,53% de los votos, la victoria de Buteflika ha sido ampliamente contestada por la oposición. De los seis candidatos presentados, Ali Benflis, quien fuera Primer Ministro de 2000 a 2003, era quien parecía tener más opciones para obtener un mayor apoyo aunque no la victoria. Pese a ser consciente de que no podría ganar, Benflis no se ha resistido a denunciar la existencia de fraude y de graves irregularidades en estos comicios.
Hay que señalar que la participación sufrió un dramático descenso frente al 74% de las elecciones de 2009, destacando la Cabilia donde sólo acudieron a las urnas un 25% de los ciudadanos con derecho a voto, seguida de la capital con tan sólo el 37%.
Obviamente, el trasfondo político es mucho más complejo de lo que se atisba a primera vista. Es pública y notoria la influencia que Said, el hermano de Abdelaziz Buteflika ejerce sobre su hermano y sobre el gobierno. Una influencia que el todopoderoso Departamento de Información y Seguridad, el más conocido DRS – del francés, Département du Renseignement et de la Securité –, dirigido desde 1990 por el General Mohamed Toufik Mediène, de 74 años, no se ha privado de criticar, sobre todo, tras el nombramiento del Coronel Amaar Saadani, como jefe del Frente de Liberación Nacional, el FLN, el partido de Buteflika. Una crítica que ha sido rebatida con otras por parte del FLN que reclama el regreso del DRS a la función que le corresponde, es decir, velar por la seguridad del estado en lugar de inmiscuirse en el ejercicio político del país.
Rivalidad entre el clan Buteflika y aquellos otros que han ejercido el poder en la sombra durante décadas y no se resignan a las maniobras que Said está llevando a cabo para debilitar al ejército y a la DRS. Parece evidente que el hermano del actual presidente se posiciona para hacerse con el poder eliminando a aquellos que podían contestarlo.
Y mientras en las altas esferas se determina el futuro del país, el pueblo sumido en una pobreza que no se corresponde con los ingresos que aporta la explotación del gas, - Argelia es el cuarto mayor exportador del mundo - prefiere aguantar a levantarse en armas. Y es que, pese a que el despertar árabe también llegó a este país y que el descontento entre la población por la corrupción, la falta de libertades, el no reparto de la riqueza derivada del gas y la falta de esperanzas para la juventud es muy elevado, la inexistencia de un partido opositor fuerte, o lo que es lo mismo, la fragmentación y desconfianza hacia los otros partidos políticos, y el desgaste de dos guerras han permitido la supervivencia del régimen. No se puede obviar el interés occidental en garantizar la estabilidad de este proveedor de gas, sobre todo ahora que el conflicto en Ucrania amenaza con dañar el suministro desde Rusia, y el apoyo implícito al orden establecido derivado del mantenimiento de una falsa democracia.
En definitiva, el temor al caos y el desorden resultantes en los países vecinos tras los levantamientos de 2011 han condicionado en gran manera a los votantes argelinos. Aún reconociendo la necesidad de cambios en todos los órdenes, el miedo a lo que pueda suceder ha pesado más. Es cuestión de tiempo descubrir si la inevitable transición política en las altas esferas avivará el malestar de la población provocando revueltas o permitirá el mantenimiento del “status quo” durante unos años más.


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