viernes, 4 de julio de 2014

DEL TERRORISMO ISLAMISTA AL NUEVO CALIFATO.

El arma más poderosa en cualquier guerra es el miedo: el miedo a una agresión, el miedo a perder a los que queremos, el miedo a ser privados de lo que poseemos, el miedo a morir, el miedo a caer heridos, el miedo al dolor, etc. El miedo es lo que ha impulsado, desde el comienzo de la historia, a cada grupo humano a protegerse de todos los modos posibles. En las civilizaciones primitivas se buscaban emplazamientos elevados, de difícil acceso y bien fortificados. Con el tiempo, la formación de ejércitos bien entrenados, disciplinados y con buen equipamiento se convirtió en uno de los mejores instrumentos de disuasión.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, inmersos en una guerra más psicológica y de presión, la denominada Guerra Fría, hizo que la carrera armamentística y la construcción de escudos antimisiles nos dieran la sensación de cierta seguridad, hasta que pequeños grupos de personas, sin miedo a matar ni a morir, la mayoría muy convencidas de la causa que defendían, decidieron utilizarse a si mismos como arma. Los terroristas iniciaron una nueva era de horror e incertidumbre. Ya nadie estaba, está seguro. Cualquier persona podía ser un agresor, un asesino en potencia, un arma de destrucción. La percepción sobre la seguridad dio un vuelco dramático. Ya no había forma de garantizar que viviríamos sin grandes sobresaltos, por otra parte, una falacia porque si hay una certeza en nuestra existencia es, precisamente, que no hay nada seguro.
El terrorismo, no es un nuevo instrumento de guerra entonces, ¿por qué se ha convertido ahora en la amenaza más importante a la seguridad y estabilidad de las naciones? Indudablemente, por su inquietante perfeccionamiento y extensión.
Desde finales de la década de los sesenta, Europa fue campo abonado para los grupos terroristas como el IRA, ETA, las Brigadas Rojas, la Baader Meinhof. Estas organizaciones pusieron en jaque a las fuerzas de seguridad británicas, españolas, italianas y alemanas durante décadas, pero, el tiempo que todo desgasta acabó por desvirtuar su lucha y su pasión y dar más ventaja a la policía en su persecución hasta minimizar sus efectos. Su ejemplo cuando no su colaboración, sin embargo, cundieron más allá de las fronteras europeas, haciendo que las organizaciones revolucionarias árabes, inicialmente, palestinas, recibieran su bautismo de fuego con el ataque, durante los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972, por el que Septiembre Negro mataría a once deportistas israelíes y un policía alemán. Después de este luctuoso evento surgirían otros grupos terroristas como Hamás (1987) y las Brigadas de Al Aqsa (2000) en Gaza, Hezbolá (1982) en Líbano, etc.
Durante mucho tiempo vivimos con la sensación de que el terrorismo “palestino” se mantenía confinado a territorio árabe y asistimos con frío distanciamiento a los diferentes episodios del enfrentamiento palestino - israelí: guerra de independencia de 1948, de Suez de 1956, de los seis días de 1967, de Yom Kippur de 1973, así como a la guerra civil del Líbano (1975 – 1990), la primera guerra de Afganistán (1978 – 1992), la guerra entre Iraq e Irán (1980 – 1988), a las entifadas de 1987 y 2000, a la invasión de Kuwait de 1990, a la Guerra del Golfo de 1991, etc.
Ignoramos que en Afganistán, gracias a la colaboración entre EEUU y Arabia Saudita, voluntarios de todos los países árabes desarrollaron una lucha contra los comunistas y que, estos veteranos, al regresar a sus hogares, lejos de recibir el reconocimiento y respeto que esperaban,  se encontraron con que nadie les quería, que la situación de injusticia en sus países de orígenes seguía como antes y que su tierra santa había sido mancillada por las botas de los miles de soldados occidentales desplegados para agredir a un país árabe; Iraq.
El enquistamiento del conflicto palestino – israelí, el mantenimiento de largas dictaduras militares pro-occidentales o corruptas monarquías, el desigual reparto de la riqueza, las graves injusticias sociales, la represión, etc. fueron el caldo de cultivo ideal para el descontento social que sólo encontró la válvula de escape del Islam. La rivalidad entre musulmanes sunnitas y chíitas por el liderazgo de la fe, entre turcos y persas, entre árabes y persas sólo agravó más el espectro ideológico de los luchadores del Islam. De ahí a que cada tendencia financiara “extra – oficialmente” a grupos islamistas para sembrar inquietud en otros foros medió poco tiempo. La alianza entre los veteranos luchadores de Afganistán o yihadistas y los nuevos grupos terroristas islamistas acabaría por hacer surgir ese ente indefinible de Al Qaeda que nos mantuvo en jaque la primera década de este siglo.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EEUU, del 11 de marzo de 2004 en Madrid y del 7 de julio de 2005 en Londres cambiaron el panorama de la estrategia de seguridad internacional. Bin Laden pasó a ser el personaje más buscado del mundo y los grupos terroristas el objetivo de persecución más descarnada. Pero, su punto fuerte, lo que les hacía difícilmente detectables, la independencia y flexibilidad de sus células acabaría por ser su punto débil. Desunidos, desorganizados y perseguidos, el terrorismo islamista sufrió un golpe traumático con la muerte de Bin Laden.
Pero, como siempre hay locos dispuestos a ocupar el puesto de otros locos, la guerra civil de Siria resultó ser el campo de batalla ideal para toda una serie de fanáticos desocupados deseosos de matar y morir en nombre de Dios. Su ferocidad y el caos sirio, derivado de la inacción internacional, permitió que un tal Abu Baker al Baghdadi, - en realidad Awwad Ibrahim al Badri al Samarri - envalentonado con sus éxitos, tras enfrentarse a Zawahiri, el heredero de Bin Laden, decidiera separarse de Al Qaeda, crear su propia organización y entrar en Iraq para recrear un nuevo imperio islámico.
La toma de Mosul en junio de este año, una ciudad de dos millones de habitantes, por ochocientos hombres frente a un ejército de 20.000 quedará en la historia de los sinsentidos de este siglo XXI. Con miles de millones de equipamiento militar en sus manos, el autodenominado Ejército Islámico de Iraq y Levante, puede sentirse imbatible y, prácticamente, dueño del mundo. Un mundo que se les está haciendo pequeño y que, a tenor de un vídeo que ha aparecido en internet aspira a recuperar al Andalus para su gran estado islámico.

La reconstrucción del antiguo Califato es la obsesión de aquellos que quieren sumir a la civilización del siglo XXI en la oscuridad de la Edad Medieval islámica. Y aunque no parece muy viable de momento, el repunte de las detenciones de presuntos yihadistas, el estado de alerta de todos los aeropuertos y el silencio oficial hacen pensar en que la locura del nuevo califato ya no es lo es tanto y que hay que tomarse en serio las medidas para impedirlo sino queremos pasarnos otros ocho siglos intentando echarlos.

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