sábado, 19 de julio de 2014

LA RATONERA PALESTINA.

Es imposible que no se encojan las entrañas al ver las imágenes de los cuerpos inertes de niños palestinos, bañados en sangre y tendidos sobre camillas. Es muy difícil controlar las lágrimas al ver las caritas de los pequeños, aterrados y dolientes, mientras los médicos intentan curar sus heridas físicas. Es francamente doloroso afrontar sus miradas que nos acusan de abandonarles a una suerte cruel e inexorable. Su miedo, su dolor, su desorientación pero, sobre todo, su incomprensión nos golpean con la fuerza de un martillo. Ellos y ellas, los niños y niñas palestinos, son las víctimas principales de los desatinos de décadas de los adultos, son el chivo expiatorio de los pecados de los mayores, son la semilla del odio que con tanta fuerza arraiga en las atestadas viviendas del territorio ocupado. Y, ¿por qué? Y, ¿para qué?