Su
ejecución es un trago amargo, no por esperado menos triste. A la joven Reihané
Yabarí la han ahorcado sin que las peticiones de las ONGs que velan por la
protección de los derechos humanos hayan podido impedirlo, de hecho, son muchas
las voces que afirman que la exigencia internacional la sentenció
negativamente. Y es que, si por algo se caracteriza el régimen teocrático de
Irán es por su rechazo absoluto a la crítica exterior, más en cuanto se refiere
a su sistema judicial y a los derechos humanos. La repercusión de este caso
sólo hizo que la sentencia se ejecutara de manera expeditiva. Muerto el perro, muerta la rabia. Fuere
como fuere, la suerte de esta joven parecía marcada de antemano por una negra
sombra del destino que no le dio ninguna buena opción: bien dejarse violar y,
por lo tanto, condenarse personal y socialmente como mujer y persona, bien
defenderse matando a su agresor, también condenándose pero, en este caso,
judicialmente, como ser inferior sin derecho ni a un juicio ni a una defensa
justa.