jueves, 26 de febrero de 2015

EL MUSEO DE MOSUL ARRASADO.


Fachada del Museo de Mosul
Ningún edificio, ningún monumento, ninguna estatua, ningún libro, ningún cuadro vale lo que una vida humana. Eso es indiscutible. Cada ser humano, desde el más ilustre al más humilde tiene un valor incalculable, o así, lo creí yo hasta hace no mucho tiempo. Pero, en los últimos meses me enfrento a un gran dilema moral debido al choque entre una realidad horrible y mis fuertes convicciones basadas en el respeto absoluto a los derechos del hombre y al imperio de la ley. Sin ley no hay justicia, y sin justicia no puede haber ni libertad ni seguridad. Creo que cualquier conflicto puede dirimirse de manera pacífica y sólo el fracaso de la inteligencia o intereses ajenos al bien de la sociedad acaban desembocando en la violencia.


         Y, ¿qué sucede cuando no se puede imponer la ley de manera pacífica? ¿Cómo afrontamos la violencia más cruel y sanguinaria? Obviamente, cuando uno es agredido no le queda más remedido que defenderse, con los medios que sea, preferiblemente de manera proporcional pero cuando no es posible...

Cuando Daesh entró a saco en todo el tercio norte de Iraq y comenzaron a llegarnos las noticias sobre la serie de tropelías que estaban cometiendo, el horror se adueñó de nosotros. Asesinatos en masa de todos aquellos que no siendo musulmanes sunnitas se negaban a convertirse y unirse a sus filas. Se ignora la cifra real de muertos aunque es probable que ascienda a cientos de miles de cristianos, yezidíes, chiítas, turcomanos, kurdos, etc. Secuestro de decenas de miles de mujeres y niñas cristianas y yezidíes para ser vendidas como esclavas. Establecimiento de la ablación de clítoris obligatoria para todas las mujeres desde la pubertad hasta la menopausia. Imposición de la Shariah con castigos como amputaciones, colgamientos, lapidaciones, etc. Reclutamiento y entrenamiento forzoso de niños. Secuestro y asesinato de todos los extranjeros que se encontraron en su camino, etc.

Sólo el horror indiscriminado que provocaron los nazis a lo largo casi una década, con el extermino de seis millones de judíos, el genocidio de más de millón y medio de armenios a mano de los turcos, la masacre cometida por Pol Pot en Camboya, el asesinato de unos 800.000 tutsis en Uganda, etc. pueden superar en envergadura, que no en dolor y destrucción, lo que está llevando a cabo Daesh en el norte de Iraq, porque, lo que sucede en territorio sirio es un misterio, aunque no es descabellado suponer que la barbarie se haya extendido y sea todavía más brutal en esta zona.

Daesh quiere borrar de la faz de la tierra a cualquier persona que pueda ser identificada como no musulmana o no musulmana sunnita por lo menos. Para ello, está practicando el viejo método de tierra quemada, arrasando las poblaciones, sometiendo a los civiles indefensos y adoctrinando a los niños. Para desalentar cualquier intervención extranjera sobre el terreno, emite de manera regular vídeos en los que muestra el brutal asesinato de rehenes. Para incentivar la llegada de nuevos adeptos y mujeres jóvenes a las que utilizar sexualmente y como reproductoras difunde atractivos mensajes propagandísticos con promesas de paraísos divinos que nada tienen que ver con la realidad.

Pero, hasta ahora, la cultura, los vestigios arqueológicos se habían librado de su castigo. Quizás excesivamente ocupados con los seres humanos no se percataron de que el legado cultural de miles de años de antigüedad seguía expuesto de manera indecente - en su retorcida interpretación de la fe y la realidad -  en el museo de Mosul o en el yacimiento arqueológico de Nínive. Pero eso, se acabó. En los últimos días han dado cuenta tanto de manuscritos como de esculturas como de todo vestigio previo a la llegada de Mahoma. Obviamente, además del movimiento propagandístico es una venganza clara. El tercio norte de Iraq y, sobre todo, Mosul, cada vez se ve más asediado por los kurdos y el ejército iraquí, quienes van ganando terreno día a día a Daesh. Es sabido que se está organizando un gran ataque para expulsarlos definitivamente de Iraq y, como todo ejército en retirada, arrasa todo lo que encuentra a su paso. Y es que ya no se le ocurren más maneras para infligir dolor.

Vuelvo a insistir en que ningún resto antiguo puede equipararse a la vida de una persona pero, el patrimonio destruido tiene un valor incalculable, no sólo para lo que queda de Iraq, y sobre todo, para los asirios que se manifiestan herederos directos de esta civilización, sino para toda la humanidad. Mesopotamia y todas sus civilizaciones fueron el origen de la cultura, del progreso, del desarrollo humano. Desde el trascendental paso por el cual el ser humano comenzó a cultivar la tierra y criar ganado hasta el inicio de la escritura se dieron en Mesopotamia. El desarrollo de la astronomía, la medicina, las matemáticas, la arquitectura, la ingeniería, las leyes, etc. se iniciaron en Mesopotamia. En definitiva, lo que somos hoy, con todos sus defectos y virtudes, deriva de aquellos ancestros. Y nuestro deber, como lo fue el de todas las generaciones que nos precedieron y lo será de las que nos sigan es preservar este legado para transmitirlo.

Si había algo de lo que se enorgullecían los iraquíes, además de su hospitalidad, sentido del humor y amor por la buena mesa era de su patrimonio cultural. Un patrimonio cultural que había sufrido lo indecible con la invasión de 2003 y estaba siendo objeto de un gran esfuerzo de recuperación con la ayuda internacional. Por eso, con cada golpe a cada estatua, con cada libro incendiado, Daesh ha abierto otra grieta más en el alma de un pueblo que ha sufrido lo indecible y sólo quiere vivir en paz. Y, francamente, ninguno de estos canallas puede compararse, ni de lejos a lo que vale cada uno de los tesoros que han destruido, entre otros motivos, porque no pueden, siquiera ser considerados personas.


Una vez limpiado el tercio norte de Iraq de la infestación de Daesh, sabremos si se podrá recuperar el patrimonio destruido, pero quizás el mejor castigo que éstos se merecen es la aplicación de una ley, tan antigua como cruel, la de Hammurabi; “ojo por ojo, diente por diente”.

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