jueves, 30 de julio de 2015

TURQUÍA ATACA AL PKK.

Fuente: Wikipedia
El Partido de los Trabajadores del Kurdistán, más conocido como PKK, fue fundado en 1973 por el politólogo kurdo Abdullah Öcalan con su declaración sobre la identidad kurda en Turquía. Pero, el PKK no alcanzaría su status oficial de partido hasta 1978, tras la publicación del manifiesto Camino para la emancipación kurda y la celebración de su congreso fundacional el 27 de noviembre de ese año. En sus inicios adoptó una ideología radical de izquierdas para después evolucionar hacia un programa político más amplio en el que reivindicaba más derechos políticos y culturales para los kurdos. Durante sus dos primeros años de vida, en un entorno de enfrentamiento entre los grupos derechistas e izquierdistas de Turquía, el PKK se asoció a estos últimos formando parte de la guerrilla urbana. Tras el golpe de estado en Turquía del 12 de septiembre 1980 dirigido por el General Kenan Evren, y la persecución militar de todos los partidos y organizaciones políticas, el PKK, con Öcalan a la cabeza, se trasladó a Líbano y después Siria. En el segundo Congreso celebrado en agosto de 1982, el partido decidió regresar a Turquía e iniciar la lucha para lograr la creación de un estado kurdo independiente.

         El PKK lanzó su primer ataque el 15 de agosto de 1984 dando comienzo así a la primera guerra contra el estado turco que duró hasta la declaración unilateral del alto al fuego por parte del PKK en 1999. En este momento esta organización trasladó sus bases de Turquía a las montañas Qandil en el norte de Iraq. Pese al intento de alcanzar un acuerdo de paz a través de las nuevas organizaciones políticas dimanadas del PKK, el gobierno turco se negó alegando que seguían portando armas y, por lo tanto, seguían teniendo capacidad para actuar militarmente. Las divisiones ideológicas dentro del brazo político del PKK – el KONGRA – GEL o el Congreso del Pueblo Kurdo – acabarían por expulsar a los que abogaban por la vía pacífica, reiniciándose así la lucha armada en 2004. La segunda guerra duró hasta el 21 de marzo de 2013, cuando tras meses de negociaciones con el encarcelado Öcalan, con ocasión de la celebración principal de los kurdos, el Newroz o Nuevo Año, emitió un comunicado recomendando un acuerdo de paz. La retirada de las tropas del PKK al norte de Iraq el 25 de abril de ese año pareció marcar el comienzo del fin de más de treinta años de guerra, pero, los acontecimientos de esta última semana demuestran que sigue siendo imposible.

         Pese a que las veteranas y bien adiestradas milicias del PKK han resultado ser cruciales para liderar la protección de las poblaciones indefensas de yezidíes, cristianos y otras minorías atacadas por Daesh en su invasión del tercio noroccidental de Iraq en junio de 2014 y que gracias a ellas, las nuevas generaciones de peshmergas iraquíes, sin experiencia de combate como sus antecesores y las fuerzas de resistencia kurdas de Siria o YPG, han podido ir liberando territorio ocupado en la zona fronteriza entre Siria y Turquía, hoy vuelven a ser consideradas enemigas del estado turco y son objeto de su persecución.

         El bombardeo aéreo iniciado por el ejército turco, tras más de cuatro años de pasividad ante la terrible guerra civil siria, se enmarca en una ladina estrategia de matar “dos pájaros con el mismo tiro”. Aprovechando la excusa de eliminar a los terroristas de Daesh, tras la perpetración de un atentado en la localidad de Suruç, los turcos también están bombardeando los campamentos del PKK en Iraq, violando el espacio aéreo de otra nación soberana. Acusan a los guerrilleros del PKK de ser los instigadores de las protestas que se están desarrollando en todo el Kurdistán turco y de no haber abandonado el terrorismo. Obvia el gobierno de Erdogan, aclarar que es su política represiva, tanto contra la oposición de izquierdas como contra los kurdos en general, la que ha airado a la población turca y kurda, además de sus acciones para frenar el avance del proceso de paz mediante la redacción de una ley que regule la retirada de las tropas del PKK y su desarme.

         El varapalo electoral sufrido en junio de este año, por el cual el partido de Erdogan, el AK, perdió la mayoría absoluta y la coalición integrada por partidos de izquierdas, ecologistas y kurdos, el HDP, superó la barrera del 7%, entrando por lo tanto, en el Parlamento de Ankara con un grupo propio, ha supuesto una doble humillación. Por un parte, Erdogan no ha sido capaz de renovar su mayoría de las últimas elecciones y, por lo tanto, no puede llevar a cabo sus planes de redacción de una constitución de corte islamista y, por otra, tiene que afrontar que la oposición que ha intentado acallar en la calle mediante una dura represión policial, ahora ha llegado al parlamento por medios pacíficos y democráticos.

         Por si este escenario no fuera bastante frustrante, los malos datos sobre la marcha de la economía turca, que ha oscilado bastante en los últimos 15 años, está reduciendo el apoyo a Erdogan. Pese a las macro – obras que pretenden colocar a Turquía entre el club de las economías más prósperas, la tozuda realidad es que, aunque comparada con la de otros países sigue creciendo, ésta se ralentizando: del 8% en 2012 ha pasado al 2,1% en 2013 con una previsión del 3,5% para este año y del 3,6% para el siguiente. Tras la crisis que obligó al gobierno turco a pedir un préstamo al FMI en el 2001, hoy Turquía se encuentra en el puesto 18 de las 20 economías más potentes del mundo pero esto puede cambiar, comenzando por la caída de 11 céntimos en la cotización de su moneda frente al dólar[1]. El déficit estatal ha pasado de 1.58 mil millones de dólares a 4.96 en marzo de 2015. En resumen, además de la rampante corrupción y constante injerencia de Erdogan en la gestión del Banco Central de Turquía, la ralentización del crecimiento, el alza de la inflación y la subida del déficit no auguran un buen momento para la economía cuya incipiente crisis ya se nota en las calles turcas.

         Presionado por el cambio de rumbo en la política interna y en la economía del país, Erdogan ha observado con estupor los constantes éxitos de la coalición formada por las tropas de la YPG – las fuerzas kurdas y opositoras sirias -, de los peshmerga iraquíes y las milicias del PKK, que día a día liberan territorio al sur de la frontera entre Turquía y Siria. Un territorio kurdo que si se extendiese hacia el este para unirse con el Gobierno Regional del Kurdistán y hacia el norte a las provincias kurdas de Turquía podría erigirse en un estado kurdo independiente, una pesadilla que los gobiernos turcos, desde la declaración de constitución de la República de Turquía en 1923, han venido combatiendo con campañas genocidas, traslados forzosos, políticas de tierra quemada y asimilación.

         Por ello, con la excusa del atentado cometido en Suruç por Daesh, Turquía ha decidido iniciar una campaña de bombardeos sobre los enclaves de esta organización terrorista al sur de su frontera con Siria y, de paso, sobre los campamentos del PKK en Iraq, a tan sólo unos cuantos miles de kilómetros de distancia. Asimila, ambas actuaciones a su lucha por frenar el terrorismo, una justificación que no convence a nadie. En primer lugar, porque Erdogan lleva haciendo la “vista gorda”, cuando no cooperando bajo cuerda, con Daesh desde su irrupción en el escenario bélico de Siria. En segundo lugar, porque pese a las puntuales rupturas del alto el fuego de 2013, el PKK había concentrado sus esfuerzos en proteger a la población civil del norte de Iraq y Siria y no atacó al ejército turco hasta el atentado de hace unos días. En tercer lugar, porque quien ha mantenido bajo una especie de estado de sitio, no declarado, la provincia kurda de Diyarbekir y sus aledaños y ha sofocado todas las manifestaciones de protesta ha sido el gobierno turco.

         Obviamente, aplastar el avance de Daesh sólo es posible con la colaboración turca, tanto con sus bombardeos como con la utilización de las bases estadounidenses en su territorio pero si el precio a pagar es traicionar el proceso de paz con los kurdos, la decisión se demuestra como muy poco inteligente. Irán, Iraq, Siria y Turquía llevan más de un siglo intentando sofocar los movimientos reivindicativos kurdos. No han tenido mucho éxito. Salvo la matanza de decenas de miles de personas, el sometimiento a condiciones de vida lamentables y la imposibilidad de acceso a una educación digna de generaciones enteras sólo han reafirmado la voluntad de un pueblo integrado por unos cuarenta millones de personas.

No se puede frenar el avance del mar, ni con un dedo, ni con una mano ni con una multitud de brazos, quizás se pueda ralentizar su marcha pero ello sólo hace que la fuerza de la marea sea mucho mayor. Del mismo modo, Turquía ha perdido la guerra contra el pueblo kurdo y nada de lo que haga podrá frenar su voluntad de autodeterminación, por el contrario sólo ha logrado que sea más firme. Tras noventa años de represión y más de treinta de guerra, los kurdos le han dicho también en las urnas que ya basta. Seguir bombardeando al PKK sólo afianzará más la determinación de esta guerrilla y justificará la repulsa del pueblo añadiendo más inestabilidad a una región volátil en un momento en el que el gobierno turco no goza de gran apoyo. Pero, siempre hay tiempo para reflexionar y cambiar de estrategia. Se consigue más hablando que peleando y sólo con la negociación se podrá solucionar la cuestión kurda. A no ser que, tal  y como sospechamos, no sea esta la intención de Erdogan.
        





[1] http://www.worldbank.org/en/country/turkey/overview

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