Empiezo
a escribir estas líneas en un creciente estado de indignación e impotencia por tanto dolor ajeno. Un estado de furia mal contenida ante la
injusticia que va cobrando fuerza a medida que transcurre el tiempo y la cifra
de muertos aumenta. Lo que todos temíamos que volviera a suceder ha tenido
lugar ayer por la noche en París. Si en junio de 2014 la nube de la brutalidad más
absoluta se cernía sobre el tercio norte de Iraq y flanco el oriental de Siria, bajo la
siniestra bandera de un grupo de criminales que se autodenominaban el Estado
Islámico de Iraq y Levante, en 2015, Francia ha tenido que sufrir en, al menos,
tres ocasiones, y Dinamarca una, los nubarrones de algunos de sus desnortados acólitos.