lunes, 1 de febrero de 2016

COLONIA Y LAS AGRESIONES A MUJERES.

Estación central de Colonia
Supongo que algunos de mis lectores habituales se habrán preguntado por qué no he compartido ningún comentario sobre lo acontecido la noche de fin de año en Colonia y otras ciudades europeas. Lo cierto es que mi primer impulso fue el de lanzarme a escribir una feroz crítica sobre la inoperancia de las fuerzas de seguridad, sobre la inseguridad que nos atenaza, en general a las mujeres, incluso en el denominado Primer Mundo, y, por último, pero no por ello menos importante, sobre la desfachatez de aquellos que fueron acogidos en nuestras sociedades y se permiten vulnerar todas nuestras leyes. Obviamente, todas estas críticas están fundamentadas en los hechos pero, la experiencia exige que se acompañen de reflexión y análisis, y ambos requieren de tiempo.

         Hoy, transcurrido un mes desde que las noticias sobre estos hechos tan detestables saltaran a la primera plana de los medios de comunicación, y cuando parece que han caído en el olvido, no se sabe mucho de lo que realmente sucedió aunque poco a poco van trascendiendo datos. Así, si inicialmente se interpusieron 90 denuncias por abusos, a medida que se dieron a conocer los hechos, éstas aumentaron hasta las 500. Las consecuencias inmediatas fueron una serie de detenciones y la destitución del Jefe de la Policía de Colonia. No obstante, es de prever que las investigaciones acabarán por arrojar más luz sobre lo sucedido a pesar de las dificultades.[1]

         Unas dificultades que se ven agravadas por la creciente tensión social provocada por la masiva llegada de refugiados y que se ve agravada con declaraciones como la realizada por el Imán de Colonia, Sami Abu Yusuf, quien culpa de las violaciones a los perfumes y vestidos de las mujeres[2]. Debiera preguntarse este elemento por qué en los albergues de refugiados donde se encuentran mujeres y niños que han huido de las guerras y otras catástrofes humanitarias, y quienes seguramente no tienen ni tiempo ni ganas para pensar en frivolidades como éstas, también son víctimas de violaciones, agresiones sexuales e incluso de prostitución forzada por sus propios compatriotas[3].

         No es de extrañar pues que, las violaciones en plena plaza de la catedral de Colonia y que tiene todos los números para ser calificado de atentado organizado, haya echado más leña al pequeño fuego del racismo y la xenofobia que late en las sociedades europeas, hasta el punto de haberlo convertido en una hoguera que se extiende y amenaza, incluso, con provocar la caída de la Canciller alemana Angela Merkel.[4]

         El problema es muy complejo. Si bien es cierto que no podemos, bajo ningún concepto dar la espalda al drama humanitario que las guerras en Afganistán, Iraq y Siria están ocasionando y que nuestra condición de personas nos obliga a ayudar a quien lo necesita, la desorganización del fenómeno está sacando a la luz mil y una deficiencias de nuestras sociedades.

         En primer lugar, la llegada masiva y sin control, ha permitido que entre los refugiados se escondan todo tipo de personajes indeseables y criminales capaces de dañar a los más vulnerables e incluso con vocación de desestabilizar a los países de acogida. Ello está ocasionando dramas paralelos, si cabe, todavía más espeluznantes que los que han dejado atrás. Es inadmisible que, aprovechándose de la vulnerabilidad de quien no tiene documentación, desconoce el idioma y se haya desamparado y desorientado en tierra extraña, bandas de hombres se dediquen a violar y prostituir a mujeres y niños refugiados. Su desprotección es una vergüenza para todos nuestros países y demuestra nuestra incapacidad para garantizar una entrada ordenada. Un orden casi imposible cuando, por ejemplo, Grecia, la principal receptora, se encuentra desbordada, sin olvidar que su situación económica y social también es muy precaria.

         En segundo lugar, las oleadas humanas responden, obviamente a la desesperación pero, sobre todo, a dos problemas muy identificados que no hemos sido capaces de solventar: las guerras civiles en sus países de origen que les obliga a huir en busca de seguridad y el lucrativo negocio de las mafias que transportan a los refugiados del que se están beneficiando tantos desaprensivos. Los datos demuestran que el tráfico de personas produce más beneficios, incluso, que el narcotráfico. Escalofriante.

         En tercer lugar, las graves desigualdades sociales que la crisis en Europa ha creado, se traduce en grandes masas de personas en paro o con un trabajo en precario cuyo sueldo no le permite llegar a final de mes y, que observan con estupor cómo se acoge y atiende a cientos de miles de refugiados con los fondos que debieran de destinarse a ellos. El malestar de los nacionales se agrava con la sensación de saqueo. Por ejemplo, se estima que, sólo en Alemania hay unos cinco millones de personas que necesitan ayuda social para sobrevivir.

         En cuarto lugar, los partidos de extrema derecha así como los más fanáticos radicales se están aprovechando tanto del descontento social como de cada incidente que tienen como protagonistas a los refugiados para captar más adeptos a su causa racista y xenófoba al tiempo que ponen contra las cuerdas a los gobernantes que se ven acorralados por el deber hacia sus nacionales y la obligación moral de ayuda a los extranjeros[5].

         En quinto lugar, las agresiones a mujeres y niños son la manera más fácil y rápida de desmoralizar y airar a las bien pensantes y progresistas sociedades europeas. Causar el miedo en las mujeres para obligarlas a adoptar comportamientos más propios de países tercermundistas es una forma de terrorismo que beneficia tanto a los fanáticos musulmanes como a los más machistas autóctonos.

         Todos estos problemas están afectando a la percepción general que tenemos sobre la Unión Europea y, sobre todo, empiezan a cuestionar si la libre circulación de bienes y personas que tanto se ha potenciado puede acabar convirtiéndose en el camino para que penetre en nuestro continente un Caballo de Troya que acabe con nuestro modo de vida.

         El 27 de enero se ha conmemorado el 71 aniversario del holocausto nazi. Una fecha triste de inexcusable recordatorio que cobra todavía más valor en tiempos de guerra, refugiados y dolor. La Europa que sufrió dos terribles guerras mundiales, que presenció el desgarramiento de la antigua Yugoslavia y todavía intenta superar las cicatrices de unos enfrentamientos tan crueles debería de ser más consciente de lo fácil que es iniciar un conflicto y lo difícil que es acabarlo. Los refugiados son la consecuencia de nuestra inacción ante las guerras de Iraq y Siria, de nuestra permisividad con Turquía, país que los está empujando hacia el norte y nuestra lentitud burocrática para afrontar problemas comunes más allá de nuestras fronteras. Está bien atender a los que huyen de estos conflictos pero mejor sería acabar con ellos.





http://www.elmundo.es/internacional/2016/01/08/568fdd2aca4741d11e8b4573.html
[2] http://noticias.lainformacion.com/mundo/un-iman-de-colonia-culpa-de-las-violaciones-al-perfume-y-el-vestido-de-las-mujeres_gMvEPVpa4ilpfMIYSRr3X4/
[3] http://www.abc.es/internacional/abci-violaciones-comenzaron-antes-nochevieja-albergues-refugiados-alemania-201601081104_noticia.html
[4] http://internacional.elpais.com/internacional/2016/01/29/actualidad/1454069561_413365.html
[5] http://www.lavozdegalicia.es/noticia/internacional/2016/02/01/ultraderecha-alemana-imparable-gracias-grave-crisis-migratoria/0003_201602G1P20991.htm

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