Habían transcurrido ya casi cuatro meses desde que el joven Mohamed Bouazizi se
prendiera fuego en la localidad tunecina de Sidi Bouazid cuando un 15 de marzo
de 2011 las protestas civiles de los sirios contra el régimen dictatorial de Bashar al Asad empezaron a
tener la envergadura de un levantamiento civil. Los sirios, inspirados por las manifestaciones
de sus vecinos que habían logrado ya la dimisión del presidente tunecino Ben Alí el 14 de enero
y la del egipcio Hosni Mubarak el 11 de febrero, decidieron reclamar la libertad que la familia
al Asad, su clan Alawita y gran parte del ejército les había arrebatado con
el golpe de estado de 1970. Y es que, en plena efervescencia del Despertar Árabe
todo hacía presagiar que el resto de los dictadores, incluido Bashar al Asad,
irían cayendo dando paso a lo que muchos denominaron como Primavera Árabe. Sin embargo, en Siria lejos de lograr que el dictador abandonara
el poder comenzó una guerra civil que, cinco años después ha dejado un halo de
destrucción sólo comparable a la ocasionada en Iraq en 2003 y que no tiene
visos de finalizar ni a corto ni a medio plazo.